Había
una vez una niña que cada día se vestía de luz, ella dibujaba sus coronas de
princesa, más no sabía que los colores la llamaban porque ella era color.
Vivía
en un mundo que era en blanco y negro, con matices de gris y pardo, así que
cuando la niña caminaba, los demás niños grises no querían jugar con ella, sus
colores les molestaban, los encandilaban y la niña se sentía sola y triste.
Ella no quería ser colores, quería ser gris o negra o blanca, pero no colores, porque era diferente y se sentía sola al no tener amigos para jugar.
La
niña se empezó a opacar, sus colores ya no brillaban tanto, aunque seguía
siendo de colores, poco a poco empezaron a dejar de brillar.
Un
día su ángel, al ver que la niña se iba entristeciendo y marchitando, vino a
ayudarla, una noche mientras dormía le dijo que no era malo ser de colores
brillantes, que sus colores brillarían siempre y con el tiempo podría enseñar a
otros niños a empezar a tener color en sus vidas
La
niña despertó asustada, pero bueno, era solo un sueño, no era real, se sentía
contrariada y pensaba en lo que había soñado, al llegar a su escuela y ver a
sus amigos, se acercó a y les dijo, ¿quieren un poco de azul? ¿O un poco de rosa?,
pueden tener colores si quieren, mas los niños asustados se iban y la dejaban
sola.
La niña entendió que aunque ella no podía pintar a sus amigos, si podía brillar sin sentirse triste, la niña sabía que necesitaba aprender a agradecer sus colores y no pensar en qué los demás esperan de ella, si no dar, dar mucho amor y, tal vez un día, alguien desee pintarse de colores también.
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