Sentada en una
cafetería en Colonia, Alemania no imaginé la lección de vida que iba a
presenciar.
Normalmente cuando uno va a una Cafetería o a un Restaurant, pide lo que se le antoja, ya
sea por la vista o por el sabor que el recuerdo nos trae.
En esta cafetería/panadería tienen los panes a la vista, como en todas las de su tipo aquí en
Alemania, además preparan lonches para llevar, o comer ahí, los cuales se encuentran en una vitrina, como en la foto, y al verlos abren el apetito, así es que uno llega, ve cuál lonche le
gusta, lo pide ya sea para llevar o comer ahí y listo.
Si te quedas en el lugar, como lo hice yo en esta ocasión, pues tranquilamente
lo disfrutas y al terminar te vas y listo, desayuno rápido concluido.
Sin embargo, aunque lo he hecho en repetidas ocasiones, es la primera vez que
me siento enfrente de la persona que prepara los lonches y la verdad fue una
experiencia maravillosa.
Entre mordida y mordida escuchando con auriculares a Miten y Deva Premal, pude ver la forma
tan amorosa como la mujer los preparaba; desde cortar el pan acomodándolos en línea, para luego untar la
mantequilla; tomar una hoja de lechuga y ponerla de tal modo que sobresalga al
cerrarlo, así se ve apetitoso; luego agregar ya sea, jamón, queso, tomate, huevo cocido, pepino, etc., de
forma sistemática, pero amorosa, acomodando cada ingrediente para que quedara lindo a la vista, impregnando su dedicación en ello (he tapado la cara por cuestiones de privacidad de la persona).
Me sentí feliz de poder presenciar ese "pequeño trabajo" que hizo una gran
diferencia para mi, me dejó pensando en las tantas veces que los he comido y
ni una vez me había detenido a pensar en la persona que los había preparado, ni la forma
en la que los hacía, solamente en un acto mecánico, llegaba, compraba, comía y
me iba.
Vaya que me había perdido del componente principal, el actor principal: "el hacedor", de cómo
su forma o sus emociones pueden influir en los alimentos, transmitiendo en ellos un "trocito" de su persona...
Maravilloso descubrimiento, y eso que ya hace algunos años había visto la película Como agua para chocolate, en la cual los alimentos y las emociones juegan un papel importante.
Y, si además le sumo que a un lado mío estaba sentado un hombre de alrededor 70
años con una larga barba blanca, media sonrisa permanente dibujada
mientras leía una revista, y el cual por lo que se veía vivía en las calles, ya que traía consigo un diablito cargado con muchas
bolsas y una pequeña maleta también con bolsas encima; a pesar de sus ropas desgastadas y zapatos
viejos, estaba limpio y emitiendo una energía de paz, armonía y completud que ojalá se las pudiera
transmitir mientras me leen; con este "cuadro" solo pude dibujar una sonrisa interna y externa, y agradecer estar justo en ese instante en ese lugar...
El universo conspira cuando en el interior se está en la búsqueda y hoy lo hizo conmigo.
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