Al nacer se nos regala un cuerpo, con este vivimos nuestro camino, crecemos, aprendemos y un día lo volvemos a dejar.
En este proceso suceden varias situaciones que nos enseñan cómo desarrollar nuestros días, cómo afrontar y enfrentar los retos, así como agradecer las bondades recibidas.
Cada persona que llega a nosotros es un maestro, nuestros padres, hermanos, hij@s, familia cercana, círculo de amigos, compañer@s de trabajo, desconocidos que nos cruzamos en los caminos, incluso los animalitos, en fin, todo aquel que por un instante compartió nuestro campo de luz y dejó huella en nosotros, a veces dejando sonrisas, a veces dejando lágrimas.
Para transitar en la vida, nuestro cuerpo se enraizó. La primera raíz tal vez fue la primera sensación de contacto físico con nuestra madre/padre, el sentir que se pertenece y se es aceptado en ese círculo seguro, más hay quienes no lo vivieron así y sin embargo también les creció esta primera raíz. Cada contacto, palabra o emoción recibida se ramificó; cada rechazo, golpe, herida o caída; cada éxito, meta alcanzada, se ramificó.
Sin embargo, hay otras raíces que no son nuestras, sino de nuestros padres, o personas que nos vieron crecer, incluso de nuestros ancestros. Sus raíces se mezclaron con las nuestras, aún sin quererlo, y nos alimentamos de SUS deseos, anhelos, expectativas, frustraciones, dramas, etc.
Al alcanzar la madurez espiritual, la mirada se abre, es abarcativa y selectiva, despierta la parte adormecida y se modifica el: "la vida es así" por "mi vida es así", tomando las riendas de mis actos y caminando en congruencia con aquello que me ayude a crecer, liberando aquello que me sigue enraizando a lo que mío no es.
"Mi vida" está compuesta por todo aquello que me ha sucedido, claro está, pero esa no es un ancla que me ate, solo ES; mi ahora, mi YO en Este espacio, es quien decide quedarse ahí anclado o soltar, liberar y agradecer aquello para empezar a avanzar en MI propio camino, el construido por mi, por mis actos, creando mis propias raíces...
alega